Desde su debut en el Nueva York de los años setenta, la artista estadounidense Nan Goldin, ha contribuido a elevar la fotografía en su categoría de arte, inmortalizando en decenas de miles de fotografías no sólo a muchas celebridades sino también a su círculo cercano de amigos, artistas, amantes, bohemios y dandis urbanos. Su obra es vulnerable y sin pulir, embellecida por una intimidad única creada entre ella y sus sujetos. Pero a veces está también marcada por una fuerza autodestructiva que la fotografía misma consigue redimir.
Goldin no ha preservado nunca a nadie en sus fotografías, ni a ella ni a sus seres más queridos. Documentan los altibajos de la vida de un modo sin filtrar y, en ellas, el acto de inmortalizar a los más cercanos también se convierte en una declaración de amor incondicional.